A lo largo del Camino he luchado por hacer de esto algo personal. No contaminarlo con cosas externas.
Son veinte los kilómetros que debemos recorrer desde Arca hasta la catedral de Santiago. Todo ello por un terreno ondulado. Un continuo subir y bajar. No. No puedo darle la normalidad a esta etapa.
Salgo del albergue con el plástico cubriendo mi cuerpo “amochilado” de arriba a abajo. Una persistente lluvia empapa el alba de Melide.
Son las ocho de la mañana de este último lunes de noviembre y aún no ha amanecido. Paso por delante de la iglesia de San Nicolás de Portomarín con la única luz de unas cuantas farolas.
Aunque quisiera, hoy no puedo prepararme el desayuno en el albergue. No hay absolutamente nada en la cocina. Ni cazuelas, ni cubiertos, ni platos , ni tazas. Nada.
Durante todo el Camino tengo como objetivo llegar a Santiago. La ciudad. Ir en dirección al oeste. Lo llevo en mente.
Hoy nos espera una dura ascensión hasta O Cebreiro. Por eso salimos temprano por la mañana. A las ocho ya estoy caminando en la penumbra.
Esta mañana estoy entumecido y siento frío. No sé si es por lo que me mojé ayer o por la larga bajada. Pero el inicio de etapa me está costando un mundo.
A pesar de haber dormido muy bien, me cuesta levantarme por la mañana. Somnoliento, salgo de mi saco de dormir a echar la meada matinal por el campo.
Desde que he salido, creo que no he desayunado ni una sola vez en el albergue. Siempre suelo llevar algo de comida en la mochila, por si acaso, pero no llevo nunca nada para prepararme el desayuno en la cocina del albergue.